COMENTARIO EL
CARNAVAL DEL ARLEQUÍN.
El carnaval del arlequín fue pintado por Joan Miró en 1924-1925 y
supone el inicio de su etapa plenamente surrealista. Esta obra se encuentra en
la Galería de Arte Albright de Nueva
York. Nos encontramos con un lenguaje poético de signos que sugieren
ensoñación, ingenuidad, fantasía y ambigüedad también. Este cuadro,
aparentemente comprensible y a la vez hermético, tiene cierta vivencia poética
y un fondo inalcanzable. El propio Miró dijo, refiriéndose a los dibujos que
aparecían en la obra, que le fueron inspirados por “los terribles delirios del
hambre”.
Joan Miró fue
un pintor catalán que comenzó a pintar a finales del siglo XIX, dentro del Fauvismo, para pasar posteriormente al Cubismo, y también por el arte negro o
el Neocubismo, profundizando luego
en el Surrealismo, que le sirvió para crear un lenguaje con un estilo muy
personal e inclasificable.
Bajo un aparente aspecto de hombre
ordenado y cuidadoso que llevó una vida metódica, pulcra y austera, se esconde
y plantea un fondo rebelde contra el arte efectista e intelectual.
Joan Miró nació en Barcelona el 20 de
Abril de 1893. Ingresó en la Academia de Arte dirigida por Francisco Galí, en
la que conoció las últimas tendencias artísticas europeas. Sus primeras obras
están influidas por Cézanne y Van Gogh. En ellas, muestra ya su gusto
por las figuras, los paisajes, retratos y desnudos.
En 1919, Miró viaja a París y conoce
a Picasso, Jacob y algunos miembros de la corriente dadaísta, como Tristan
Tzara. A pesar de su finalidad creativa al Surrealismo, nunca estuvo plenamente
integrado en el grupo. Sus obras son extraídas del subconsciente con mucha
fantasía. Miró quería hacer una mezcla de arte y poesía, creando así un arte
nuevo, un ejemplo es El carnaval de
arlequín.
Hacia 1934 Miró inicia su periodo salvaje. Son años de una
abstracción más acentuada. A causa de la Guerra Civil, decide quedarse en París
con su mujer y su hija, e inicia una pintura
atormentada. También se ve profundamente afectado por la victoria del
General Franco y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, momento en el que se
refugia en un pueblo Normando. Sin
embargo, en 1941 regresa a Palma de Mallorca, donde vive hasta su muerte en
1983. En 1975 se inaugura en Barcelona la fundación Miró.
Centrándonos
en la obra y su tema, trata del
camino de la libertad y del ensueño, de lo onírico, que lleva a la creación de
un mundo fantasioso.
En la obra se
aprecia una clara tendencia por parte del pintor a llenar toda la superficie
del cuadro con muchos elementos, símbolos abstractos que crea, utilizando un
lenguaje propio, basados en formas de la naturaleza, con composiciones
abigarradas; destacando el ojo como
la presencia del hombre; la escalera,
símbolo de la huida y la evasión, pero también de la elevación; los animales y, sobre todo, los insectos, que siempre le interesaron
mucho. O la esfera, a la derecha de
la composición, una representación del globo terrestre; en palabras del
artista: "ya entonces me obsesionaba una idea: ¡He de conquistar el
mundo!".
A través de una ventana que se abre al exterior se
advierte un azul del cielo con una pirámide
de color negro, que Miró dijo ser la Torre
Eiffel, una especie de llama roja, y un sol, con juguetes fabulosos, curiosos
animales o criaturas semihumanas. Algunos de los elementos aparecen
representados posteriormente en otras obras, como las escaleras que pueden
servir tanto para reflejar huida y la evasión o la ascensión, o los insectos,
su gato, la esfera oscura (el globo terráqueo), etc.
Entre sus
signos mezcla miniaturas de objetos
reales con signos inventados, como una guitarra o un dado que, a la vez se
complementan perfectamente con grafismos convencionales. También se ven notas
musicales en un pentagrama que refleja el lenguaje de la guitarra.
La composición de los objetos está
compuesta por figuras alargadas que resbalan y flotan en el espacio irreal
entre objetos y animales. Los objetos que se distribuyen por el espacio dan sensación de flotar al estar colocados
en una habitación en la que el suelo y la pared están realizados con perfecta
perspectiva. Todo está lleno de vida que se muestra con el movimiento de la
obra.
La técnica es miniaturista y meticulosa
creada con gran sensibilidad y un extraordinario gusto innato, que
casa perfectamente con el ambiente
festivo que debe acompañar al carnaval.
La fantasía de colores que aparece en esta
obra es prácticamente insuperable, destaca siempre por la utilización de los colores primarios
(el azul, el amarillo y el rojo) utilizando
además el blanco y el negro. Precisamente son los colores los que nos
mueven a través de las diferentes figuras del cuadro, pero sin una dirección
marcada por el artista, sino por el propio espectador.
Cabe
destacar, finalmente, que El Carnaval del
Arlequín es una obra detallista que exige una lectura detenida. Los
colores, sobre todo los primarios, obedecen también a esta lectura detallada y
participan igualmente de la unidad armónica del cuadro aportando más dinamismo
a la obra.