sábado, 14 de marzo de 2015

RETRATO ECUESTRE DEL CONDE-DUQUE DE OLIVARES


Este retrato fue realizado por Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, uno de los pintores más destacados de la historia española, nació en Sevilla en 1599. Inició su aprendizaje en el taller de Pacheco en Sevilla donde pintó obras religiosas con un realismo inusual y magníficos efectos de claroscuro que le hizo destacar por encima de otros muchos. Por ello, en 1623 el Conde Duque de Olivares le llamó para que fuera Madrid a retratar al rey. Al gustarle tanto el retrato lo nombró  pintor de la corte. Así empezó su carrera como pintor, donde hizo numerosos retratos del monarca y de su familia aunque también realizó una gran cantidad de obras que destacan por su gran realismo y sobriedad junto a un magistral empleo de la luz. Para muchos el cuadro más destacado de Velázquez fueron Las Meninas. También hay que nombrar sus retratos a personas enanas y tullidas. Durante sus dos viajes a Italia se formó profundamente y realizó varios cuadros destacando, en su primer viaje, La Fragua di Vulcano y en su segundo, el retrato de Inocencio X. Velázquez era experto en plasmar en sus obras el carácter y la psicología de los retratados y únicamente tenía la idea de pintor por encima de cualquier otro concepto de artista. Falleció en Madrid en 1660.

Hay dos dataciones de la obra respecto al año, 1636 y 1638, queriendo tomar por buena, la fecha de 1636 que es la que indica el Museo del Prado. Pertenece al barroco español del siglo XVII, época de decadencia política, aunque artísticamente fue el Siglo de Oro. Se cree que fue pintado tras la batalla de Fuenterrabía, pues el humo y el paisaje que aparece en la imagen son de tal lugar.

Este retrato fue encargado por el propio Gaspar de Guzmán, conocido como Conde Duque de Olivares. En esta obra Velázquez tuvo que esmerarse especialmente, pues Don Gaspar era el valido del rey, el máximo cargo de la corte después de este y le había mostrado su apoyo desde sus inicios como pintor.
Cuando murió el Conde, el retrato, que residía en el palacio de este, paso a formar parte de las colecciones reales. En 1819, con la apertura del Museo del Prado, el cuadro se trasladó hasta ahí de forma permanente junto con otros muchos cuadros de Velázquez.
La técnica utilizada es el óleo sobre lienzo, mide 313 centímetros de alto por 239 centímetros de ancho y se encuentra en un estado de conservación bueno aunque ha sido restaurado.

Es un retrato ecuestre ya que el personaje principal aparece montado a caballo y también es propagandístico esto se ve en el caballo, símbolo de poder y autoridad. Podemos clasificar la imagen como figurativa por una clara semejanza con la realidad.

En este retrato predomina el color respecto al dibujo, esto se debe a que Velázquez pintó el cuadro sin dibujo previo, lo que también hace que no haya contornos claros.
Sobre el color predominan los colores fríos como el azul del cielo, el blanco de las nubes o el tono pardo de las colinas aunque contrastan con el color marrón del caballo y el rojo de la faja del conde que son cálidos.

La composición es de Aspa Barroca, pues hay dos diagonales que se cruzan en el centro. La primera va desde la cabeza del equino hasta la cola y la segunda la forma el cuerpo del conde, ascendiendo desde la izquierda hasta la derecha. También hay una composición piramidal y hay predominio de la verticalidad.

Respecto a la figura del Duque, aparece representado sobre un caballo, honor normalmente reservado a monarcas y que refleja el poder que tenía como valido (lo que sería actualmente Primer Ministro).Conde Duque de Olivares se muestra con media armadura, sombrero, banda y bengala de general, además de un bastón de mariscal que remarca el alto cargo que tenía. Al mismo tiempo mira hacia el espectador, asegurándose de que somos testigos de su hazaña en los campos de Fuenterrabía.
La figura se ve desde un punto de vista bajo y su torso se gira hacia atrás con lo que parece más esbelto de lo que en realidad era en comparación con otros retratos, también del propio Velázquez, que se convirtió en su único retratista.
Es apreciable también en el cuadro, una de las características propias de Velázquez, el retrato psicológico, en el que además de representar los rasgos físicos del retratado, también representaba la personalidad de cada hombre.
En la obra, en primer lugar debemos destacar un naturalismo que no solo era propio de Velázquez, sino del Barroco en su conjunto. Es apreciable el realismo en los pliegues del fajín que cuelgan o en las crines del caballo.
También destaca el dinamismo, pues la captación del movimiento es muy certera. El barroco abandona la posición estáticas de las figuras de épocas anteriores y se centra en el movimiento. Velázquez es capaz de captar el preciso momento en el que el caballo se levanta, mientras el Conde, que se dirige hacia la batalla, gira momentáneamente la cabeza.
En esta obra se puede apreciar un meticuloso estudio de la profundidad. El artista estudiaba detalladamente el modo en el que incide la luz sobre la superficie de algunos objetos. A través de la representación de la luz, cuyo foco proviene del lado izquierdo consigue resaltar la profundidad y la distancia del propio duque con el campo de batalla.
Velázquez recurre a la perspectiva aérea para dar profundidad sobre el lienzo plano. La batalla está representada en la lejanía con pequeñas manchas y el paisaje es realizado esquemáticamente: las colinas se difuminan en tonos verdes y azules, proporcionando sensación de lejanía en lo que se le conoce como paisaje Velazqueño.
La enorme figura de Olivares se presenta sobre un precioso caballo Bayo, de colores blancos y amarillos, en posición totalmente escorzada, característica muy empleada en el barroco al marcarse una clara diagonal principal, que junto con la posición de perfil de la figura da sensación de profundidad.
En la obra se produce un tratamiento adecuado de la luz y las sombras, representadas con un gran realismo. El foco de luz proviene del margen izquierdo proyectando sombras correctamente en la dirección opuesta.
Además, aparecen arrepentimientos en las patas delanteras del caballo que eran correcciones realizadas por el propio Velázquez.

Un detalle curioso de esta gran  obra se puede encontrar en la esquina inferior izquierda. Observamos una hoja de papel que aparece vacía en la cual, supuestamente debía haber firmado el pintor sevillano. Esto significa que Velázquez, orgulloso del cargo en la familia real y de su gran fama, no siente la necesidad de firmar su obra, pues no hay otro  artista capaz de pintar como él y al mismo tiempo, consideraba sus obras la mejor firma.
Para finalizar podemos destacar de Velázquez que aparte de ser retratista de la Corte también realiza numerosos retratos de otros personajes como bufones, enanos o su propio criado retratándolos con la misma dignidad con la que puede retratar al Papa Inocencio X.
Cultivó también el tema mitológico y el religioso, pintura propia de la Contrarreforma, además de algunos temas históricos. Ya en el XIX, serán Manet y otros muchos grandes artistas del impresionismo francés los encargados de estudiar la característica pincelada suelta del sevillano desarrollando nuevas tendencias.


Carlos Ubé y Luis Ibáñez






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