jueves, 23 de abril de 2015

LA FAMILIA DE CARLOS IV

La familia de Carlos IV es un retrato de Francisco de Goya. Actualmente está en el Museo del Prado, pero fue realizada en Aranjuez desde abril de 1800 y durante ese verano.
Goya tuvo una formación artística importante, buena y consolidada, y fue tan gran pintor que no se le puede encasillar en ningún estilo. Fue un pintor comprometido con la época que vivió; pintaba siguiendo su intuición y alejándose de su entorno.
El contexto histórico en el que se mueve la pintura de Goya es la segunda mitad del siglo XVIII y el primer tercio del siglo XIX, justo cuando se está produciendo el paso de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea, el paso del absolutismo monárquico a una nueva sociedad liberal. En 1800 Francisco de Goya consiguió el título de pintor de cámara del rey Carlos IV, tiene en esos momentos 54 años de edad y es bien conocido por sus dotes como retratista. Es entonces cuando se le encarga efectuar una gran obra en la que se retrate a la familia real al completo.
La familia de Carlos IV es un retrato de óleo sobre lienzo con 280 cm de alto x 336 cm de ancho.
Lo componen catorce personajes. En él, Goya rinde homenaje a Velázquez y su lienzo las Meninas. El artista recoge a los personajes en tres grupos para dar mayor movimiento a la obra, así en la derecha del cuadro en una gama fría está el grupo presidido por el príncipe heredero (Fernando VII), y donde aparece una muchacha sin rostro que es la supuesta futura mujer de Fernando. En este grupo aparece Goya autorretratado. En la izquierda en una gama cálida se encuentran los Príncipes de Parma que llevan en brazos al pequeño infante. Y por último, en el centro y como figuras principales, aparecen los monarcas con sus dos hijos menores.
Lo que más interesa al pintor es captar la personalidad de los retratados, fundamentalmente de la reina, auténtica dominadora en la familia, y la del rey, con cierta pose ausente.
La composición de este lienzo es compleja de realizar; parece simétrico pero no lo es. El centro de la composición lo crea el niño de rojo que junto al marco del cuadro crea una gran línea vertical que separa ambas partes. Sobre este esquema general el propio tema genera un esquema bastante monótono, lleno de verticales formadas por las propias figuras; pero que crea gran movilidad en un cuadro de personajes quietos.
Estilísticamente destaca la pincelada suelta, que realiza las formas a través de pequeños manchones; desde una distancia prudente parece que ha detallado todas y cada una de las condecoraciones, pero al acercarse se aprecian claramente las manchas.
Goya gracias a la luz y al color consigue dar variedad a los volúmenes y ayuda a diferenciar los distintos planos en profundidad. Los colores predominantes son los cálidos, en especial los dorados, y rojos.
La luz juega varias funciones en el cuadro: por una parte dará mayor importancia a Maria Luisa que relumbra con su vestido. Por otra parte, tiene que ver con la creación del espacio. En primer lugar coloca en el fondo cuadros que abran una mayor perspectiva y en segundo, juega a crear bandas horizontales de luz y sombra de forma consecutiva.

Este lienzo es realizado en la etapa más creativa de Goya, ya sordo y que ha iniciado un camino cada vez más subjetivo, ácido y crítico. Llama especialmente la atención la sinceridad de sus retratos, en los que mostraba las personalidades de los personajes retratados. El resultado de la composición recuerda voluntariamente a las Meninas de Velázquez, tal como el artista sevillano, Goya se retrata mirando al espectador junto al caballete en la penumbra de uno de los márgenes del cuadro.


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