miércoles, 20 de mayo de 2015

COMENTARIO EL CARNAVAL DEL ARLEQUÍN.
El carnaval del arlequín fue pintado por Joan Miró en 1924-1925 y supone el inicio de su etapa plenamente surrealista. Esta obra se encuentra en la Galería de Arte Albright de Nueva York. Nos encontramos con un lenguaje poético de signos que sugieren ensoñación, ingenuidad, fantasía y ambigüedad también. Este cuadro, aparentemente comprensible y a la vez hermético, tiene cierta vivencia poética y un fondo inalcanzable. El propio Miró dijo, refiriéndose a los dibujos que aparecían en la obra, que le fueron inspirados por “los terribles delirios del hambre”.
Joan Miró fue un pintor catalán que comenzó a pintar a finales del siglo XIX, dentro del Fauvismo, para pasar posteriormente al Cubismo, y también por el arte negro o el Neocubismo, profundizando luego en el Surrealismo, que le sirvió para crear un lenguaje con un estilo muy personal e inclasificable.
Bajo un aparente aspecto de hombre ordenado y cuidadoso que llevó una vida metódica, pulcra y austera, se esconde y plantea un fondo rebelde contra el arte efectista e intelectual.
Joan Miró nació en Barcelona el 20 de Abril de 1893. Ingresó en la Academia de Arte dirigida por Francisco Galí, en la que conoció las últimas tendencias artísticas europeas. Sus primeras obras están influidas por Cézanne y Van Gogh. En ellas, muestra ya su gusto por las figuras, los paisajes, retratos y desnudos.
En 1919, Miró viaja a París y conoce a Picasso, Jacob y algunos miembros de la corriente dadaísta, como Tristan Tzara. A pesar de su finalidad creativa al Surrealismo, nunca estuvo plenamente integrado en el grupo. Sus obras son extraídas del subconsciente con mucha fantasía. Miró quería hacer una mezcla de arte y poesía, creando así un arte nuevo, un ejemplo es El carnaval de arlequín.
Hacia 1934 Miró inicia su periodo salvaje. Son años de una abstracción más acentuada. A causa de la Guerra Civil, decide quedarse en París con su mujer y su hija, e inicia una pintura atormentada. También se ve profundamente afectado por la victoria del General Franco y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, momento en el que se refugia en un  pueblo Normando. Sin embargo, en 1941 regresa a Palma de Mallorca, donde vive hasta su muerte en 1983. En 1975 se inaugura en Barcelona la fundación Miró.
Centrándonos en la obra y su tema, trata del camino de la libertad y del ensueño, de lo onírico, que lleva a la creación de un mundo fantasioso.
En la obra se aprecia una clara tendencia por parte del pintor a llenar toda la superficie del cuadro con muchos elementos, símbolos abstractos que crea, utilizando un lenguaje propio, basados en formas de la naturaleza, con composiciones abigarradas; destacando el ojo como la presencia del hombre; la escalera, símbolo de la huida y la evasión, pero también de la elevación; los animales y, sobre todo, los insectos, que siempre le interesaron mucho. O la esfera, a la derecha de la composición, una representación del globo terrestre; en palabras del artista: "ya entonces me obsesionaba una idea: ¡He de conquistar el mundo!".
            A través de una ventana que se abre al exterior se advierte un azul del cielo con una pirámide de color negro, que Miró dijo ser la Torre Eiffel, una especie de llama roja, y un sol, con juguetes fabulosos, curiosos animales o criaturas semihumanas.  Algunos de los elementos aparecen representados posteriormente en otras obras, como las escaleras que pueden servir tanto para reflejar huida y la evasión o la ascensión, o los insectos, su gato, la esfera oscura (el globo terráqueo), etc.
Entre sus signos mezcla miniaturas de objetos reales con signos inventados, como una guitarra o un dado que, a la vez se complementan perfectamente con grafismos convencionales. También se ven notas musicales en un pentagrama que refleja el lenguaje de la guitarra.
La composición de los objetos está compuesta por figuras alargadas que resbalan y flotan en el espacio irreal entre objetos y animales. Los objetos que se distribuyen por el espacio dan sensación de flotar al estar colocados en una habitación en la que el suelo y la pared están realizados con perfecta perspectiva. Todo está lleno de vida que se muestra con el movimiento de la obra.
La técnica es miniaturista y meticulosa creada con gran sensibilidad y un extraordinario gusto innato, que casa perfectamente con el ambiente festivo que debe acompañar al carnaval.
La fantasía de colores que aparece en esta obra es prácticamente insuperable, destaca siempre por la utilización de los colores primarios (el azul, el amarillo y el rojo) utilizando además el blanco y el negro. Precisamente son los colores los que nos mueven a través de las diferentes figuras del cuadro, pero sin una dirección marcada por el artista, sino por el propio espectador.
Cabe destacar, finalmente, que El Carnaval del Arlequín es una obra detallista que exige una lectura detenida. Los colores, sobre todo los primarios, obedecen también a esta lectura detallada y participan igualmente de la unidad armónica del cuadro aportando más dinamismo a la obra.





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