El carnaval del arlequín
Para dar comienzo al comentario de
esta obra, empezaremos hablando un poco sobre quien fue Joan Miró.
Joan Miró i Ferrà (Barcelona, 20 de
abril de 1893-Palma de Mallorca, 25 de diciembre de 1983) fue un pintor,
escultor, grabador y ceramista español, considerado uno de los máximos
representantes del surrealismo. En su obra reflejó su interés en el
subconsciente, en lo "infantil" y en su país. En un principio mostró
fuertes influencias fauves, cubistas y expresionistas, pasando a una pintura
plana con cierto aire naïf, como lo es su conocido cuadro La Masía del año
1920. A partir de su estancia en París, su obra se vuelve más onírica,
coincidiendo con los puntos del surrealismo e incorporándose a este movimiento.
En numerosas entrevistas y escritos que datan de la década de 1930, Miró
manifestó su deseo de abandonar los métodos convencionales de pintura, en sus
propias palabras de "matarlos, asesinarlos o violarlos", para poder
favorecer una forma de expresión que fuese contemporánea, y no querer
doblegarse a sus exigencias y a su estética ni siquiera con sus compromisos
hacia los surrealistas.
Dentro de todo el reparto de sus
obras analizaremos “El carnaval del arlequín”.
En esta obra tan emblemática de
Joan Miró ya encontramos desde luego, asuntos claves del surrealismo como por
ejemplo la ingravidez espacial y las imágenes múltiples entre otros aspectos.
Miro intentó plasmar las
alucinaciones que le producían pasar hambre. No es que pintara lo que veía en
sueños sino que el hambre le provocaba una especie de trance parecido al que
experimentan los orientales. Entonces realizaba dibujos preparatorios del plan
general de la obra, para saber en qué sitio debía colocar cada cosa. Después de
haber meditado mucho lo que se proponía hacer comenzó a pintar y sobre la
marcha introducía todos los cambios que creía convenientes. En la tela ya
aparecen elementos que se repetirán despues en otras obras: la escalera que es
de la huida y evasión, los animales y sobre todo los insectos, que siempre le
habían interesado mucho.
En este cuadro aparecen multitud de
objetos, pero ya se empieza a sistematizar el lenguaje característico de Miró.
Las formas son el resultado de un proceso de transformación que las lleva a
parecer abstractas, pero que Miró siempre rechazó, ya que él siempre parte de
figuras concretas de la naturaleza. Esos signos (la escalera, los pájaros, el
sol, las estrellas…) se irán definiendo y simplificando a lo largo de su vida
hasta convertirse en verdaderos ideogramas
.
Es un óleo sobre tela de 66x90,5
que se encuentra actualmente en la colección de Allbright-Knox Art Gallery en
Buffalo (Estados Unidos).
Esta obra supuso la plena
aceptación del artista en el grupo surrealista de Paris, dirigido por André
Bretón, que, incluso llegaría a afirmar que Joan Miró, con su gran imaginación,
era el más surrealista de todos ellos, aunque el pintor catalán nunca se sintió
como tal.
Una sinfonía de colores y formas en
movimiento recorren todo el espacio real, realizado con las normas de la
perspectiva tradicional, en donde vemos un suelo y una pared de fondo, en la
cual, se abre una ventana que nos permite ver el exterior, en la que aparece una
forma cónica oscura (que ya sabemos lo
que representa, en palabras del propio pintor) sobre un cielo azul intenso, un
Sol y una llama roja aparecen a su lado.
Es una obra detallista que exige una lectura detenida. Los colores,
sobre todo los primarios, obedecen también a esta lectura detallada, y
participan igualmente de la unidad armónica del cuadro, aportando más dinamismo
a la obra. Por otra parte, los múltiples objetos parecen flotar en el espacio,
como si la gravedad hubiera desaparecido en esta fantástica y onírica
habitación. La escena es un carnaval, donde las apariencias pueden
transformarse para ver otras que hay debajo. La realidad queda disfrazada y la
apariencia es engañosa, debajo de la máscara se esconde otra forma.
Gustavo Armas.
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