lunes, 18 de mayo de 2015

El carnaval del arlequín

El carnaval del arlequín



Para dar comienzo al comentario de esta obra, empezaremos hablando un poco sobre quien fue Joan Miró.

Joan Miró i Ferrà (Barcelona, 20 de abril de 1893-Palma de Mallorca, 25 de diciembre de 1983) fue un pintor, escultor, grabador y ceramista español, considerado uno de los máximos representantes del surrealismo. En su obra reflejó su interés en el subconsciente, en lo "infantil" y en su país. En un principio mostró fuertes influencias fauves, cubistas y expresionistas, pasando a una pintura plana con cierto aire naïf, como lo es su conocido cuadro La Masía del año 1920. A partir de su estancia en París, su obra se vuelve más onírica, coincidiendo con los puntos del surrealismo e incorporándose a este movimiento. En numerosas entrevistas y escritos que datan de la década de 1930, Miró manifestó su deseo de abandonar los métodos convencionales de pintura, en sus propias palabras de "matarlos, asesinarlos o violarlos", para poder favorecer una forma de expresión que fuese contemporánea, y no querer doblegarse a sus exigencias y a su estética ni siquiera con sus compromisos hacia los surrealistas.

Dentro de todo el reparto de sus obras analizaremos “El carnaval del arlequín”.

En esta obra tan emblemática de Joan Miró ya encontramos desde luego, asuntos claves del surrealismo como por ejemplo la ingravidez espacial y las imágenes múltiples entre otros aspectos.

Miro intentó plasmar las alucinaciones que le producían pasar hambre. No es que pintara lo que veía en sueños sino que el hambre le provocaba una especie de trance parecido al que experimentan los orientales. Entonces realizaba dibujos preparatorios del plan general de la obra, para saber en qué sitio debía colocar cada cosa. Después de haber meditado mucho lo que se proponía hacer comenzó a pintar y sobre la marcha introducía todos los cambios que creía convenientes. En la tela ya aparecen elementos que se repetirán despues en otras obras: la escalera que es de la huida y evasión, los animales y sobre todo los insectos, que siempre le habían interesado mucho.

En este cuadro aparecen multitud de objetos, pero ya se empieza a sistematizar el lenguaje característico de Miró. Las formas son el resultado de un proceso de transformación que las lleva a parecer abstractas, pero que Miró siempre rechazó, ya que él siempre parte de figuras concretas de la naturaleza. Esos signos (la escalera, los pájaros, el sol, las estrellas…) se irán definiendo y simplificando a lo largo de su vida hasta convertirse en verdaderos ideogramas
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Es un óleo sobre tela de 66x90,5 que se encuentra actualmente en la colección de Allbright-Knox Art Gallery en Buffalo (Estados Unidos).

Esta obra supuso la plena aceptación del artista en el grupo surrealista de Paris, dirigido por André Bretón, que, incluso llegaría a afirmar que Joan Miró, con su gran imaginación, era el más surrealista de todos ellos, aunque el pintor catalán nunca se sintió como tal.

Una sinfonía de colores y formas en movimiento recorren todo el espacio real, realizado con las normas de la perspectiva tradicional, en donde vemos un suelo y una pared de fondo, en la cual, se abre una ventana que nos permite ver el exterior, en la que aparece una forma cónica  oscura (que ya sabemos lo que representa, en palabras del propio pintor) sobre un cielo azul intenso, un Sol y una llama roja aparecen a su lado.

     Es una obra detallista que exige una lectura detenida. Los colores, sobre todo los primarios, obedecen también a esta lectura detallada, y participan igualmente de la unidad armónica del cuadro, aportando más dinamismo a la obra. Por otra parte, los múltiples objetos parecen flotar en el espacio, como si la gravedad hubiera desaparecido en esta fantástica y onírica habitación. La escena es un carnaval, donde las apariencias pueden transformarse para ver otras que hay debajo. La realidad queda disfrazada y la apariencia es engañosa, debajo de la máscara se esconde otra forma.


Gustavo Armas.

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